Pasé toda mi infancia en los
ochenta, adolescencia y primeros años de la adultez de los noventa (o sea,
cuando aún era un estudiante y me encontraba en la universidad), coleccionando
álbumes de láminas. Cuando me refiero a
estos, les estoy hablando de esa especie de revistas de grapas, dedicadas a una
temática en especial (por lo general una franquicia), en la cual se pegan
láminas con imágenes numeradas y cuyo objetivo es conseguirlas todas para
lograr tener el álbum completo. Lo
anterior resultaba algo difícil, puesto que las láminas las conseguías, por lo
general, comprando sobres que venían sellados y las traían al azar (en número
de cinco por cada uno). Por lo tanto, la
única manera para lograr tu objetivo, además de hacerlo por medio de la compra
consumista de sobres, era intercambiando las repetidas con otros ñoños como tú
(por lo general de tu misma edad, si bien creo tener el recuerdo confuso de
haberlo hecho con uno que otro mayor con alma de niño). Años después, ya en los
últimos años de mi coleccionismo, en las ferias (especie de mercados al aire
libre e informales- no dan boleta- muy populares en Chile y en las que se
venden alimentos, naturales y procesados, hasta ropa, juguetes,
electrodomésticos, antigüedades y de todo en la práctica) comenzaron a vender
algunos, más avispados, láminas sueltas para regocijo de los frikis.
Tenía la idea, tan propia del llamado pensamiento mágico de los niños y de la gente de escaso conocimiento científico, de que, si compraba en kioscos y otras tiendas no habituales, de donde lo hacía generalmente, conseguiría los números que me faltaban. Por otro lado, el regalo ideal para pedirle a los adultos que nos visitaban o que salían a alguna parte, era que me trajeran uno que otro sobre y con algo así de sencillo sí que era feliz.
Uno de pura memoria visual sabía qué números le faltaban y en mi caso pocas veces me confundía entre uno y otro. Había quienes llevaban un registro anotado y solo ya en el siglo XXI, dentro del mismo álbum iba un apartado en un recuadro, para marcar el orden de las láminas que uno tenía.
Hasta mediados de los ochenta, más o menos, las láminas se pegaban usando algún tipo de químico. En esos años mi papá, en el negocio que tenía en casa vendía una "goma" muy económica, líquida y verdosa, poco funcional, que usaba a veces para realizar esa labor y mis tareas escolares; no me gustaba mucho y por eso conseguía que me pasara luego cola fría, de mejor consistencia, y cuando llegó el avance del Stick-Fix y similares, ese fue el tipo de sustancia que comencé a usar (creo que en mi infancia muy temprana, incluso usé engrudo, un compuesto de harina y agua que mi propio padre preparaba). En los mismos ochenta, comenzaron a salir las láminas autoadhesivas, un gran avance para los coleccionistas como yo, que primero venía una por sobre y eran imágenes especiales; luego, cuando se abarató este recurso, ya todas poseían esa cualidad.
Siguiendo con las láminas, luego comenzaron a salir unas especiales, de bordes dorados, por ejemplo; por completar estas, me parece, te daban un premio especial y es que, por cierto, estaba olvidando que tras llenar tu álbum recibías de obsequio un póster o algo similar (siempre un objeto "humilde", que tu corazoncito de niño recibía como si se tratara de la gran cosa, aunque todavía estoy esperando el cuadro del SDF1 que me gané por completar el de Robotech). Igual había sorteos de premios mayores, claro que nunca gané uno como computadores y bicicletas.
Tenía la idea, tan propia del llamado pensamiento mágico de los niños y de la gente de escaso conocimiento científico, de que, si compraba en kioscos y otras tiendas no habituales, de donde lo hacía generalmente, conseguiría los números que me faltaban. Por otro lado, el regalo ideal para pedirle a los adultos que nos visitaban o que salían a alguna parte, era que me trajeran uno que otro sobre y con algo así de sencillo sí que era feliz.
Uno de pura memoria visual sabía qué números le faltaban y en mi caso pocas veces me confundía entre uno y otro. Había quienes llevaban un registro anotado y solo ya en el siglo XXI, dentro del mismo álbum iba un apartado en un recuadro, para marcar el orden de las láminas que uno tenía.
Hasta mediados de los ochenta, más o menos, las láminas se pegaban usando algún tipo de químico. En esos años mi papá, en el negocio que tenía en casa vendía una "goma" muy económica, líquida y verdosa, poco funcional, que usaba a veces para realizar esa labor y mis tareas escolares; no me gustaba mucho y por eso conseguía que me pasara luego cola fría, de mejor consistencia, y cuando llegó el avance del Stick-Fix y similares, ese fue el tipo de sustancia que comencé a usar (creo que en mi infancia muy temprana, incluso usé engrudo, un compuesto de harina y agua que mi propio padre preparaba). En los mismos ochenta, comenzaron a salir las láminas autoadhesivas, un gran avance para los coleccionistas como yo, que primero venía una por sobre y eran imágenes especiales; luego, cuando se abarató este recurso, ya todas poseían esa cualidad.
Siguiendo con las láminas, luego comenzaron a salir unas especiales, de bordes dorados, por ejemplo; por completar estas, me parece, te daban un premio especial y es que, por cierto, estaba olvidando que tras llenar tu álbum recibías de obsequio un póster o algo similar (siempre un objeto "humilde", que tu corazoncito de niño recibía como si se tratara de la gran cosa, aunque todavía estoy esperando el cuadro del SDF1 que me gané por completar el de Robotech). Igual había sorteos de premios mayores, claro que nunca gané uno como computadores y bicicletas.
Respecto a las láminas, no puedo dejar de mencionar que con otros niños (por lo general varones, que era escasa, en aquellos tiempos, la chica que tuviese este tipo de intereses y si llegaba a conocerla la admiraba mucho) jugábamos con las imágenes repetidas: Se ponían dado vuelta en el piso, con el dibujo hacia abajo para que no se viera; uno debía golpearla con la mano y si lograba darla vuelta, para que se viera la foto o ilustración, se la "ganaba" a su rival. Una vez conseguí tantas del otro chico, que este se puso a llorar y "se hizo la vístima", al punto que mis papás me obligaron a devolvérselas (y obvio que me molesté por ello).
En algunos álbumes iba una introducción acerca del tema, por lo general breve, que de chicos pocos éramos los que nos interesábamos en esos detalles; no obstante, en algunos casos, abajo de la imagen en cuestión iba un pequeño texto explicativo, para orientarnos de qué trataba.
Existían álbumes de divulgación científica, que coleccioné dos distintos sobre el cuerpo humano y salud; también tuve en mis manos en 1986, uno dedicado al cometa Halley, antes de su paso por nuestros cielos. También educativos y que compré fue el dedicado a Cristóbal Colón, que no recuerdo si fue en torno a una miniserie sobre el personaje histórico o para aprovechar el quinto centenario del "Descubrimiento de América" en 1993.
La memoria también me falla, cuando evoco un hermoso ejemplar que encontré ya completo, no sé si en mi casa o, tal vez, donde mis abuelitos maternos, llamado Maravillas y curiosidades del Mundo; este, con dibujos muy cuidados y/o preciosistas, trataba (tal como decía su nombre) acerca de numerosos ejemplos a lo largo de la historia y del mundo, de construcciones, flora y fauna, entre otros, que debido a sus cualidades únicas las convertían en verdaderas maravillas (la existencia de una flor gigantesca en África, me impresionó al punto de que todavía la puedo rememorar). Me pregunto de quién habrá sido ese ejemplar, que lo pillé en los ochenta, pero creo databa de los setenta; como el resto de los que tuve conmigo, se perdió con el transcurso del tiempo.
También hubo uno que se llamaba Flora y Fauna, pero solo ahora logro tener una deslucida imagen suya en mi cabeza, gracias a mi amigo Jorge Lorca, que me lo nombró cuando le conté de este texto cuando lo estaba escribiendo.
Respecto a los álbumes sobre el cuerpo humano que tuve, el que lejos más me gustaba era el perteneciente a la editorial Artecrom, una de las dos destacables empresas que en Chile sacaban este tipo de material. Lo tuve dos veces, con bastantes años de diferencia y en las páginas del medio, traía dibujos del cuerpo humano completo, desde pies a cabeza, uno sobre los huesos, otro acerca de los órganos internos y otro en torno a la musculatura ¿Tenía más siluetas como estas? ¿Tal vez unas cinco? A diferencia de las láminas típicas, rectangulares, estas imágenes eran pequeñas y con la forma del hueso, órgano o músculo que representaban.
El otro álbum dedicado al cuerpo humano, lo sacó Salo, la empresa con mayor relevancia en esta industria que tuvimos acá y que permaneció hasta primera década de este siglo. Gracias a la sección dedicadas a las enfermedades, me enteré de que existía la Otitis y así fue cómo al ver sus características, pude deducir que mi hermana menor se había contagiado de ese bicho; cuando el doctor a domicilio verificó mi diagnóstico, mis papás alucinaron con la idea de que de grande me hiciese médico. Por otro lado, debido al éxito de este título, luego salió un complemento que se compraba aparte, consistente en un "librito" tipo pop-up, que desplegaba un cráneo al que se le pegaban sus huesos ¿Era más complejo este para ser armado, teniendo otros elementos?
Creo que el álbum más sui generis que tuve, fue uno dedicado nada menos que... ¡Al rock chileno! Se llamaba Los Hipergrosos! (ignoro si la grafía que uso es la correcta, que he buscado imágenes al respecto y nada he pillado en la Red) Su nombre tan estrafalario, correspondía a un chilenismo que se usaba en los ochenta, hoy hace rato caído en desuso; bueno, la verdad es que se componía de dos expresiones que, juntas" eran algo así como decir "Muy genial", obviamente referidos a los músicos que aparecían en sus páginas. Fue una interesante manera, y destacable, de impulsar el arte musical nacional de la época, que en todo caso algunos nombres triunfaron más que otros y la mayoría hoy ya han sido olvidados (por ejemplo ¿Alguien se acuerda de Venus, compuesto de puras féminas?)
No puedo dejar de mencionar a Basuritas, una colección que fue polémica debido a la truculencia de sus "preciosos" dibujos. Eran truculentos, porque mostraba a niños monstruosos, que tenían una característica en general, está ligada a cosas tan dispares y asquerosas como los mocos o la caspa; y era preciosos, porque estaban muy bien hechos, pese a todo tenían un aspecto tierno y primaban el humor (negro) por sobre lo terrorífico. Cada personaje tenía su propio nombre, el cual era un juego de palabras relacionado con su particularidad. Debido a la belleza "diferente" que había en sus láminas (no olvidemos el importante detalle, de que salió en plena dictadura), no faltaron las "almas sensibles" que quisieron censurarlo, por encontrarlo tanto de mal gusto, como inconveniente para los pequeños; pero lo prohibido y escandaloso provoca más interés cuando se trata de quitarlo de en medio. Debo mencionar dos cosas en especial sobre Basuritas y yo:
Obviamente debido a mis inclinaciones "artísticas", los álbumes que más compraba eran los dedicados a las series que veía; por lo tanto, tuve en mi poder (entre los que puedo recordar): Sankoukai (de un live action japonés, inspirado en Star Wars y que me tenía loco de niño), los Transformers, Los Ositos Cariñositos y Disney (estos últimos dos, dentro de lo más "tierno" de mi persona), entre los que puedo recordar ahora. Todo eso fue en mi infancia. Un caso aparte de esa época dorada, viene a ser el de Los Thundercats, que no se compraba, sino que el álbum y los sobres se cambiaban por tapitas de Coca-Cola, así que no solo consumía con más ganas esa famosa bebida, sino que andaba buscando hasta en la basura el recurso para completarlo.
Sobre los títulos que tuve a disposición en mi adolescencia, nada puedo decir que lo tenga fresco en la memoria; sin embargo, en los primeros años de la adultez también me dediqué a este pasatiempo, o sea, cuando estaba estudiando Pedagogía, con Sailor Moon (recuerdo que en el comercial salía un tipo guapísimo vestido de Tuxedo Mask, que me hacía tener más ganas de completarlo, je) y Los Caballeros del Zodiaco, dentro de lo que puedo mencionar. Del anime también llamado Saint Seiya, tuve al menos dos álbumes, creo que uno acerca de la Saga de Poseidón y otro sobre la peli La Batalla contra Lucifer; este último lo conservo de esa época, creo está en uno de mis baúles o en una de mis bibliotecas... En todo caso, la edición que sacó Salo de esta última colección, era bien deplorable y es que los fotogramas que reproducían sus láminas eran de muy mala calidad, como sacados de una copia pirata en VHS del filme; pero era lo que había y como bien decimos acá: "Peor es mascar lauchas".
Ya he contado que la principal editorial chilena, especializada en el rubro que hoy nos reúne, fue Salo. En los ochenta uno podía hacerse socio de forma gratis y si se convertía en uno, le llegaba por cada nuevo álbum que saliera, un ejemplar por correo y dos sobres de regalo... ¡Y por supuesto que accedí! Ignoro cuánto tiempo duró este beneficio. Me dio mucha pena cuando cerró Salo en 2010, que con ello se fue otra parte importante de mi vida.
Eso.