lunes, 26 de septiembre de 2011

Guy de Maupassant o el lado siniestro de nuestra naturaleza.



      Hace rato que tenía pendiente escribir acerca de este autor y de una particular edición de sus cuentos, de casi mil páginas, que gracias a mi queridísima amiga Karla Carrizo llegó a mis manos como “obsequio estrella y sorpresa” este año para mi cumple.  El libro en cuestión forma parte de la prestigiosa y también bastante cara colección Gótica de la editorial Valdemar.  Esta colección, como su editorial, se caracterizan por ediciones bastante cuidadas, en tapa dura y con una bella presentación; todas estas prologadas por especialistas que entregan más que interesantes análisis y datos sobre la obra en cuestión de cada tomo.  Por otra lado, la colección Gótica comprende más de cien títulos de, en muchos casos, textos que en la lengua de Cervantes estaban inéditos antes de ser traducidos o que ya de por sí era muy difícil conseguirlos por estar discontinuados; son libros de fantasía y terror de autores clásicos, que en su mayoría ya no poseen copyright, pero cuya calidad artística es indiscutible.   En nuestro país, Chile, son pocas las librerías que se aventuran a traer estos títulos, puesto que  bien la importación de ellos resulta más que onerosa, o  simplemente se dan el “gusto” de venderlos carísimos.  Para terminar esta introducción, diré que desde mis años universitarios fantaseé con tener títulos de esta colección, pero al final siempre terminaba gastándome la plata en otra cosa y con mi amigo Miguel Acevedo vez que veíamos libros del catálogo por ahí, nos quedábamos embobados ante la dicha de al menos tener en nuestra manos tan soberbias ediciones…así que ¡Gracias Santa Karla Patrona de los Frikis por favor concedido!
      Y ahora a hablar un poco del tomo en cuestión y del autor de sus cuentos:
     Guy de Maupassant es considerado como uno de los grandes cuentistas que entregó Francia al mundo allá por la segunda mitad del siglo XIX.  Este señor que debido a su vida más que disipada (murió a consecuencia de una sífilis que contrajo en su juventud) sólo vivió 43 años, pero dejó para la posteridad un legado de obras, cuentos en su mayoría, que publicaba semanalmente en numerosas revistas literarias y usando varios pseudónimos.  Es así como en el tomo al que le dedico estas líneas, Cuentos de Terror, de Locura y de Muerte, se recopilan más de cien narraciones; tal como titulo en parte esta “crítica”, dichas historias reflejan lo más siniestro de nuestra humanidad, de una forma tan realista (aún en los pocos cuentos realmente fantásticos que se incorporan en el libro), que uno no deja de admirar la capacidad de su autor para conocer y desnudar nuestras más hondas debilidades.  Y esto porque Maupassant no escribe sobre héroes, personajes virtuosos o estereotipos de personas; lo que hace en su trabajo es mostrar sin tapujos el lado menos carismático de la esencia del ser humano, con sus miedos, bajezas y debilidades al extremo que el pesimismo puede parecer algo recurrente.  No obstante Maupassant no cae en el maniqueísmo y aún así en medio de la fatalidad, la violencia, el terror y lo peor de nosotros mismos, la pluma de su autor permite vislumbrar la compasión y hasta el amor (por ende muchos de sus personajes yerran debido a sus pasiones amorosas, pues son reflejo de nosotros mismos: no son perfectos y la ilusión del amor también les puede cegar y hacer tomar pésimas decisiones).
    Los siguientes fragmentos permiten apreciar el drama y la condición de los personajes maupassianos:

    “No podría usted imaginarse la sensación rara, confusa e intolerable que experimento cuando lo tengo delante y pienso que aquello ha salido de mí, que está unido a mí por el íntimo lazo que une al padre con el hijo, y que, gracias a las terribles leyes de la herencia, es otro yo mismo en mil detalles, en su sangre y en su carne, y se dan en él los mismos gérmenes de enfermedades, idénticos fermentos de pasiones.
    No se apaga jamás en mí la necesidad dolorosa que siento de verlo; y viéndolo, sufro; horas y horas me paso a la ventana viendo cómo recoge y acarrea los excrementos de los animales, y no dejo de pensar: "¡Es mi hijo!"
    En ocasiones hasta me entran unos anhelos insufribles de abrazarlo; pero ni siquiera he llegado a tocar su puerca mano".
Un Hijo.

    Y nótese un tema en el cual Maupassant ahonda en variadas ocasiones, mostrándonos la problemática de los “hijos naturales” (bastardía tal como le llama el prologuista) y/o no reconocidos por sus padres y donde el sentimiento de culpa, en el caso concreto de este cuento, muestra la impotencia de su protagonista por lo señalado en el fragmento mismo.  Esta problemática que en la época del escritor era considerada como un “mal menor” y que a nuestros ojos resulta ser una barbaridad en cuanto a no asumir la responsabilidad de la herencia paterna, en el relato citado se muestra con una naturalidad que llega a pasmar; sin embargo, el protagonista y narrador, sabe que esto está mal y sin embargo tómese en cuenta cuando dice “su puerca mano” al referirse a la condición de su hijo.

    “Cuando la anciana madre recibió el cuerpo de su hijo, que dos amigos le llevaron, no lloró, pero se quedó inmóvil mirándolo; después tendió su arrugada mano sobre el cadáver y juró vengarlo.
(…)
    La madre se puso a hablarle; al oír su voz la perra se calló.
-Yo te vengaré, hijo mío; duerme, duerme, descansa, que serás vengado, ¿entiendes? ¡Tu madre te lo promete! Y ya sabes que cumple siempre sus promesas”.
La Vendetta.

    Aquí el amor de una madre lleva al odio y provoca el acto criminal para vengar otro acto criminal.  El personaje no vacila en mancharse las manos de sangre para cumplir su cometido y estamos hablando de una mujer, una anciana (o sea, todos llevamos dentro el germen del mal).  El dolor se transforma en odio y el noble sentimiento materno de amor a su hijo conlleva a una manifestación más del mal humano.
    El volumen que comprende esta antología trae poquísimos cuentos de terror, o lo que para nuestros tiempos pudiesen corresponden a este género (a lo más serán unos cinco o seis verdaderos cuentos de “miedo”); no obstante lo que predomina en sus páginas, son historias donde los personajes viven circunstancias en las cuales la sensación de peligro es tal, que el temor se apodera de sí mismos, pero no como una llamada invasión a su sentido de la realidad (bueno, salvo en los pocos cuentos de terror como los clásicos El Horla y La Mano), si no que el miedo es producido por la idea de un peligro humano o fruto de circunstancias completamente realistas, que atacan su mortalidad.   Por ende, la muerte estará rondando en la mayoría de estas narraciones, como situación cúlmine de eventos que superan las posibilidades de sus personajes y traduciéndose en su perdición, a consecuencia de sus mismos errores y pasiones.  En ocasiones, esta muerte resulta ser un verdadero castigo (y he ahí cierta moralidad encubierta de parte del autor) debido a sus nefastas intenciones que se van en contra suya.  No obstante, en Maupassant estamos frente a un autor ateo, que se nota ignora todo elemento de trascendencia espiritual y que en cuanto a asuntos teológicos, muestra poco aprecio hacia las instituciones religiosas y más aún hacia la Iglesia Católica (y por esta razón, no utiliza palabras halagüeñas para referirse a sacerdotes y monjas en el mayor de los casos).  
    En cuanto al tema de la locura, ésta se observa de una forma casi tan ominosa como las ideas del miedo y la muerte, puesto que los personajes de gran parte de los cuentos poseen una naturaleza insana, incluso pervertida y cruzan con facilidad los límites de la cordura; de este modo el libro está plagado de asesinos despiadados, psicópatas, enfermos mentales, gente a la que el miedo les ha llevado a un estado primigenio y ya no hay vuelta atrás; o también hay casos en que el gusto por la perversidad y la naturaleza corrupta de sus protagonistas (como en el cuento El Diablo), los acerca más a esta locura que a una conducta propia de alguien con límites entre lo que es moralmente aceptable y no.
   He aquí el excelente talento de Maupassant a la hora de referirse a la locura misma:

    “Uno sentía que este hombre estaba destrozado, carcomido por su pensamiento, un Pensamiento, al igual que una fruta por un gusano. Su Locura, su idea estaba ahí, en esa cabeza, obstinada, hostigadora, devoradora. Se comía el cuerpo poco a poco. Ella, la Invisible, la Impalpable, la Inasequible, la Inmaterial Idea consumía la carne, bebía la sangre, apagaba la vida.
   ¡Qué misterio representaba este hombre aniquilado por un sueño! ¡Este Poseso daba pena, miedo y lástima! ¿Qué extraño, espantoso y mortal sueño vivía detrás de esa frente, que fruncía con profundas arrugas, siempre en movimiento?”
La Cabellera.

    Por otra parte, las narraciones contenidas en esta selección corresponden, salvo a dos  o tres de ellas (que el autor las publicó en capítulos durante varios días en las revistas donde colaboraba), a historias breves.  Entre ellas cabe destacar, si bien casi la totalidad de los cuentos me resultaron ser una verdadera delicia a la imaginación, las dos versiones que presenta de su ya mencionado cuento El Horla (que si no me equivoco, fue lo primero que le leí cuando aún cursaba la universidad).   Las versiones si bien mantienen la misma idea (extraños hechos que auguran la presencia de una entidad invisible que acecha a su narrador), difieren en gran medida y en especial porque la primera versión posee más cercanía con el género de la ciencia ficción (siendo que Isaac Asimov tuvo el buen tino de agregar este famoso cuento en su más que recomendable antología Lo Mejor de la Ciencia Ficción del Siglo XIX).  También se puede hacer especial mención de la costumbre de Maupassant de escribir más de un cuento con el mismo título, habiendo por ejemplo en este libro tres narraciones con el nombre de La Confesión.   A su vez se puede observar en este compendio otra “maña literaria” del artista, al tratar más de una vez la misma historia con una que otra variación (¿Autoplagio? ¿Mala memoria tal vez producida por los efectos sobre su mente de la locura, tercer estado y último de una sífilis mal tratada?), siendo un muy buen ejemplo el caso de Historia de un Perro y Mademoiselle Coquette (imaginativas y trágicas historias sobre la miseria humana…y canina).
     Si bien, como ya he mencionado, la literatura de Maupassant en estas historias se muestra como un retrato en su mayoría de lo peor de las bajezas humanas, siendo que además sus personajes corresponden a seres viciosos, violentos y viles, el autor se permite en ocasiones justificar sus bajezas.  De este modo lo que hace Maupassant es mostrarnos que las cosas no son sólo blanco y negro, si no que existen matices y que lo que ha llevado a sus personajes a cometer actos criminales o rayanos en la insanidad  mental, bien puede ser la simple fatalidad (mala suerte) a la que nos podemos someter o que bien los seres humanos optamos por cometer un “mal acto” no por gusto, si no como consecuencia de una necesidad imperiosa.  Por lo tanto Maupassant deja cierta puerta abierta para que el lector se sensibilice frente a los males de su época, la sociedad y nuestra propia humanidad.
    Antes de terminar este texto, quisiera hacer mención al carácter “pedagógico” del libro al que hoy me remito.  Cuando ocupo el término “pedagógico” no es en el sentido moralizante de los clasicistas, sus fábulas y obras similares, si no que al leer a Maupassant se descubre todo un mundo que ya no existe y que por muy lejano que resulte a nuestra sociedad como chilenos y gente del siglo XXI, ha dejado su huella indeleble en la historia: me refiero a la Francia de la segunda mitad del siglo antepasado.   Grandes autores nos ha dado Francia (basta nombrar a Moliere, Víctor Hugo, Julio Verne y Alejandro Dumas entre tantos otros) y en el caso de Maupassant no deja de observarse en su obra el reflejo de la realidad que le tocó vivir a su autor, de modo que sus cuentos muestran (y enseñan), a propósito o no, esta realidad.  Por lo tanto el lector actual llega a conocer un sinnúmero de tradiciones, de datos históricos y de paisajes propios del mundo al que le tocó vivir al escritor y a los suyos, trayéndonos con frescura para el gozo de nuestros sentidos.  Puedo contar entonces, que en más de un cuento Maupassant se refiere a la invasión prusiana a Francia o relata hechos relacionados con las colonias africanas de su país; la referencia a otros escritores, filósofos, gustos musicales, comidas, vestimenta y otros en todos los cuentos, convierten a Maupassant en todo un cronista de la Francia de su periodo (pues después de todo, somos lo que nos ha tocado vivir).
    Tomando en cuenta lo del párrafo anterior, aparte del tema de la “bastardía”, pueden resultar chocantes al lector las diferencias socioantropológicas entre algunas de estas narraciones y nuestra mentalidad (y aquí recuerdo el comentario de mi amigo Roberto al hablarle de este libro y sus descripciones de los vicios franceses, quien me dijo, como profesor de historia que es, que era habitual en aquella sociedad tales bajezas).   Como ejemplo, hay un cuento que aborda el tema de la pederastia; el relato se llama Chali y aparte de mostrarnos una vez más la naturaleza cruel de algunas personas y el poco aprecio por la vida humana que se puede llegar a tener, puede llegar a ser despreciable la historia en cuanto a la cuasi justificación de esta desviación sexual que hace Maupassant.   He aquí de muestra un botón del mismo relato mencionado:

    “Luego, una noche, no sé cómo fue, la mayor, la que se llamaba Chali y que parecía una estatuilla de viejo marfil, se convirtió en mi mujer de verdad.
    Era una criaturita adorable, dulce, tímida y alegre, que no tardó en amarme con un cariño ardiente y a la que yo amaba de modo extraño, avergonzado, con vacilaciones, con una especie de miedo a la justicia europea, con reservas, con escrúpulos y sin embargo con una ternura sensual y apasionada.  La adoraba como un padre y la acariciaba como un hombre”.

    Para contextualizar un poco la cita anterior, cabe destacar que el narrador protagonista se encuentra de visita en la India y que Chali tiene tan sólo ocho años.
    Pese a que muchos de los cuentos, como el ya reseñado arriba, no son para espíritus estrechos de miras, este un libro para no olvidar y si no tienes la oportunidad de poseer en tus manos esta edición, acércate a este gran autor por cualquiera de las otras impresiones de su obra.



lunes, 5 de septiembre de 2011

In Memoriam.



     El reciente desastre del avión de la Fuerza Aérea chilena que transportaba a 21 personas a la Isla de Juan Fernández, en mi querido país Chile, me ha provocado más impacto del que en un principio esperaba.  Fueron 21 valiosas vidas que acabaron de forma fulminante, provocando no sólo dolor para sus familiares y seres queridos, si no que para toda la nación.  Dentro del grupo de las víctimas iban unas cuantas figuras públicas, como Felipe Cubillos, un empresario que ayudó como pocos luego del desastre del terremoto del 2010, liderando una gran campaña para ayudar a quienes perdieron sus casas con el sismo; también iba un periodista de TVN (Televisión Nacional de Chile), Roberto Bruce, de quien si bien apenas sabía de su existencia, puesto que no veo televisión, tengo claro que era bastante popular por estos lares.  La verdad es que cada uno de los integrantes del vuelo siniestrado era alguien que destacaba por sí solo en algún aspecto por sus labores y virtudes (iba una joven piloto que fue una de las primeras y pocas chilenas en graduarse como piloto de la Fuerza Aérea), razón por la cual resulta imposible no compartir con los dolientes de estas personas, su congoja y sentimiento de pérdida.
    Pero hay una persona en especial que me lleva a escribir este texto, que iba en el grupo de los caídos de ese fatídico viernes 2 de septiembre y que para los chilenos resultó ser una pérdida que cuesta más que asumirla: Felipe Camiroaga.
    Es cierto que toda vida es un tesoro invaluable, que cada una de las personas que fallecieron aquel día bien merecen nuestros respetos, oraciones y pesares, pero si me preguntan, si a muchos y muchas nos preguntan por qué tanta identificación con la figura del desparecido Felipe Camiroaga, no resulta difícil responder: Camiroaga a lo largo de sus más de veinte años de carrera televisiva se convirtió en parte de nuestro inconciente colectivo, de nuestra historia catódica y personal.  Alguien a quien acostumbrábamos ver en las pantallas nacionales, en su momento hasta oír en la radio, y siempre presente en diarios y revistas.   A Felipe lo vimos crecer como figura pública que con su carisma y profesionalismo se ganó el cariño de tanta gente, un tipo chispeante que hizo tantos programas y hasta participó en dos teleseries (y menos mal que dejó de hacer el ridículo para dedicarse a lo suyo realmente) y estuvo en un gran número de eventos artísticos y sociales.
   Como ya he dicho, hoy en día no veo televisión, pero una personalidad como la de Felipe Camiroaga ya formaba parte de mi diario vivir (en mi casa seguían sus programas y siempre había una tele prendida sintonizándolo).  Podría decir incluso que fui creciendo a la par con este personaje, pues allá en los años ochenta, cuando era niño, veía el programa juvenil donde comenzó su labor: Extra Jóvenes, un programa juvenil como no los hay ahora en Chile y donde para nada consideraban a los jóvenes como a los idiotas de hoy en día; no era un programa de puro poto y teta como me gusta llamarles, si no que era una verdadera contribución para la mentalidad juvenil.  Con el pasar de los años lo vi en numerosos programas donde siempre resaltó su espontaneidad, su alegría.  
   Cuando pienso en que ya no lo veremos en la tele, salvo en los numerosos registros y archivos que se mantienen de él, me doy cuenta de que con él se da lo que sucede en muchos casos con esos personajes históricos o de ficción a los que uno sigue: se les tiene afecto y en cierta medida se les admira.  Uno no los conoce, pero forman parte de los individuos con quienes llegó de algún modo a establecer un vínculo, que si bien no es íntimo, sí forma parte de nuestras memorias y sentires.    Sé que son personas y ámbitos completamente distintos, pero cuando murió el Papa Juan Pablo II sentí algo parecido, pues también era una figura pública que nos dejaba, que estuvo gran parte de mi existencia presente.   El “Santo Padre” como cariñosamente le llamamos los católicos no sólo fue una destacada figura internacional, si no que para nuestro país fue un personaje fundamental y al que le debemos mucho.  Bueno, Camiroaga no era  Juan Pablo II, tampoco pretendió serlo, pero fue alguien popular y querido por un montón de gente que en el presente nos deja su aporte a nuestra sociedad como chilenos, a nuestra identidad nacional y a nuestra particular historia televisiva.
    Tenía sólo 44 años cuando acabó su existencia, pudiendo haber tenido muchos años más de vida, otorgando a los chilenos su compañía desde el set, con sus entrevistas y comentarios, con sus numerosas intervenciones que lo hicieron convertirse en uno de los principales animadores de Chile.   Pudo tener más éxitos, pudo por fin “darnos un hijo”, pues pese a sus numerosas conquistas con ninguna de las bellas mujeres que se le conoció tuvo descendencia, pese a que muchas hubiesen querido tener la suerte de casarse con el y darle un hijo (bueno, y supongo más ahora que nunca correrá por ahí el rumor de que en realidad todo era una fachada para su homosexualidad encubierta, si bien este último tema no es algo de lo que valga la pena escribir ahora mismo). Pudo hacer tantas cosas más, pero ya no será así.  A su modo, como muchos otros personajes famosos, murió en la gloria, en la plenitud y se fue dejándonos su imagen de hombre galante, amistoso, locuaz y dicen que hasta sencillo.  A veces pienso, tontamente, que como no lo vimos envejecer, no le conocimos mayores cuitas, ni caer en la ignominia y el olvido, de ese modo nos dejó la idea de un hombre exitoso, profesional, guapo, amado, incluso deseado, que inspirará a un montón de gente a dar lo mejor de sí, y a ser una verdadera contribución para los demás.
    Gran parte de lo expuesto en estas líneas ya lo he comentado con familiares y amigos, pero de seguro más de alguno de los que me conocen y los que siguen este blog, se preguntarán qué hace un texto como éste en mi blog.  Bueno, aparte del compartir con el pueblo chileno su dolor ante la desgracia y la pérdida, hay otro tema que me lleva a escribir hoy: Cuando reflexiono ante este lamentable hecho, me doy cuenta de cuán frágil somos, de cómo una vida se extingue en el momento menos esperado y entonces esa persona que para nosotros fue importante, ya no está más.  Felipe Camiroaga, Felipe Cubillos y el resto de la tripulación estaban llenos de sueños, deseos, ganas de vivir, cada uno tenía su propia historia, sus conquistas y caídas, sus virtudes y defectos; cada uno de ellos era un mundo aparte digno de conocerse y alguien con quien compartir, amar, necesitar…y ahora esa gente ya es solo un recuerdo, una imagen y un vacío que queda.  Pero les sobreviven quienes los conocieron, en persona o en la tele, y aprendieron a apreciarlos.   Si ese mismo viernes un montón de gente veía en el matinal de TVN a Felipe Camiroaga y luego al atardecer se enteraba del accidente, no resulta extraño sentir que este hermoso don de la vida que Dios nos dio es también algo frágil y que por eso debemos valorarlo como a nada.  Por eso hay que honrar a los que se fueron, viviendo con honor lo que no sabemos nos queda de nuestra existencia.
   Recuerdo los siguientes versos de uno de los pocos poemas que me gustan, pues quién soy para negar la belleza de las Coplas a la Muerte de su Padre de Jorge Manrique:

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

   Hace tiempo que no recordaba con tanta intensidad el momento de la muerte de mi papá.  Todos sus hijos deseaban estar con él hasta su último suspiro, menos yo, quien a veces escapaba de casa para no seguir viendo cómo su vida se iba extinguiendo.  Y resultó que literalmente mi padre murió en mis brazos, estando rodeado de mis hermanas y algunos sobrinos (ni siquiera estaba mi mamá, ni los otros dos hijos varones de mi papá), cuando yo se suponía que a esa hora no iba a encontrarme en casa; pero Dios lo quiso así, y pucha que en realidad sentí Su mano en todo lo que pasó;  por única vez en mi vida vi cómo se iba en los ojos de alguien su ser.  Todo esto se me viene a la memoria cuando pienso en Camiroaga y los demás.  Pero desde pequeño, supongo por naturaleza propia y quizás por don de nuestro Señor, he aceptado la muerte con naturalidad.  Duele perder a un ser querido, pero por muy trillado que suene, es la ley de la vida y si aún vivos perdemos a gente que hemos amado y que por algún motivo ya no están con nosotros, en la muerte aprendemos que podemos mirar hacia atrás y decir con dignidad gracias por habernos dado la oportunidad de haber tenido a quien nos acaba de dejar.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Utopías y Antiutopías (parte 2).





Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury.

    Esta sociedad antiutópica se parece más a la visión de Huxley, que a las de Orwell, puesto que lo que hace Bradbury es mostrar una futurista comunidad de consumo, altamente tecnificada, en el país líder del capitalismo: Estados Unidos. El protagonista acá es Montag, un bombero que en vez de apagar los incendios, los produce. Los bomberos de la novela, se encargan de deshacerse por vía del fuego de todos los libros que encuentren, puesto que en su mundo la literatura, y toda expresión artística, se encuentran prohibidas. Toda va bien para Montag, hasta que conoce a una excéntrica adolescente, Clarisse, y entonces su seguridad comienza a desmoronarse; desde ahora en adelante, Montag comenzará (tal como el protagonista de 1984) un viaje interior de autodescubrimiento.
    Aparte de las distintas correspondencias negativas, es decir, de las oposiciones con la obra de Tomás Moro, una de las ideas fundamentales de esta poética novela de Bradbury, es el papel que cumple la literatura en ella.

“Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá que es el Señor de la Creación. Cree que con los libros, incluso podrá andar sobre el agua”.

    Le dice a Montag su jefe, puesto que la literatura es el germen del pensamiento original y del desborde de la imaginación. Un régimen totalitarismo no se puede dar el lujo de fomentar la rebelión y el descontento por medio del desarrollo de pensamientos ajenos al que promueve su dogmatismo.
   Una vez más en una antiutopía, el concepto y la institución de la familia se encuentran negados, lo que dista de la valoración de la familia en Utopía:

“La ciudad se compone de familias y estas se forman por parentesco. Las mujeres, al llegar a edad oportuna, se casan e instalan en el domicilio del marido, pero los hijos varones y luego los nietos permanecen en la familia prestando obediencia al más anciano de los parientes, siempre que la inteligencia de este no se hubiese debilitado con los años (…)”.

También en caso de guerra:

“Si bien a ninguno obligan a ir a una guerra en el exterior contra su voluntad, no prohíben a las mujeres que lo deseen acompañar a sus maridos, para que los alienten e inflamen con sus alabanzas, señalando a cada uno su lugar en el combate junto a su respectivo consorte y rodeando a éste de sus parientes más próximos que, en caso necesario, le presten ayuda a que por ley natural están obligados. Tienen por muy grande afrenta el que un cónyuge regrese sin el otro o un hijo sin su padre, por lo cual, una vez trabado el combate y mientras el enemigo opongo resistencia, luchan hasta la muerte en feroz y lamentable pelea”.

    De este modo en la isla de Utopía la familia es un lazo irrompible y al que se le venera. En cambio en Fahrenheit 451 se observa el siguiente discurso:

“Pete y yo siempre hemos dicho que nada de lágrimas ni algo por el estilo. Es el tercer matrimonio de cada uno y somos independientes. (…) El me dijo <<Si me liquidan, tú sigue adelante y no llores. Cásate otra vez y no pienses en mí>>.
Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el SALÓN y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.

Portada de la adaptación en cómic
(¡Qué daría por tenerla!).

Viñetas del dichoso cómic.

    Sin embargo, pese a esta atmósfera de frialdad en las relaciones humanas, donde es un crimen detenerse a contemplar la belleza de los paisajes naturales, Montag se da cuenta de que sí existe la utopía y que ésta se encuentra a la vuelta de la esquina:

“De la casa de Clarisse, por encima del césped iluminado por el claro de luna, llegó el eco de unas risas; la de Clarisse, la de sus padres y la del tío que sonreía tan sosegado y ávidamente. Por encima de todo, sus risas eran tranquilas y vehementes, jamás forzadas y procedían de aquella casa tan brillantemente iluminada a avanzada hora de la noche, en tanto que todas las demás estaban encerradas en sí mismas, rodeadas de oscuridad”.

   Así, un mundo inauténtico sólo necesita de la autenticidad y la alegría sincera para que exista la esperanza.


El Cuento de la Criada (1985), de Margaret Atwood.

    De las cinco distopías leídas, analizadas y contrastadas para este trabajo, ésta resulta ser la más particular de todas ellas: esto porque, en primer lugar es la única escrita por una mujer y ello hace que al menos como obra dentro del género de ciencia ficción, posea un grado intimista del cual tan sólo la novela de Bradbury se acerca. Si Orwell es duro y gris en su narración y descripción de los tormentos de Winston, Margaret Atwood es tan poética como Ray Bradbury y le da a su obra un clima de melancolía y belleza pese a las vicisitudes de su personaje principal (de por sí, por lo general, la ciencia ficción y la fantasía escrita por mujeres posee estas virtudes). Por otro lado, el mundo que muestra la autora no es ni de corte tecnocrático, ni marxista, ni militarista. Para describir mejor esta particular antiutopía, citaré la reseña del libro mismo que sale en el lomo de una de sus ediciones:

“(…) se sitúa en un futuro próximo y describe la vida en lo que antaño fue Estados Unidos, convertido en una teocracia monolítica que ha reaccionado ante los trastornos sociales y ante una disminución progresiva del índice de natalidad con un retorno a la intolerancia regresiva de la ideología puritana”.

    La novela en cuestión es el diario de vida de una joven mujer que cumple el rol de criada, el cual consiste en vivir como esclava en la casa de una de los matrimonios de elite de su sociedad, para ser preñada en un extraño rito que se origina de la lectura literal y fundamentalista de un fragmento de la Biblia:

“Y viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y dijo a Jacob: Dame hijos, o me moriré.
Y Jacob se enojó contra Raquel, y le dijo: ¿Soy yo, en lugar de Dios, quien te impide el fruto de tu vientre?
Y ella dijo: He aquí a mi sierva Bilhah; entra en ella y parirá sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella”.
Génesis, 30:31.

    En la obra, el texto bíblico se encuentra llevado a cabo con una literalidad increíble:

“Me tiendo de espaldas, completamente vestida salvo el saludable calzón blanco de algodón (…).
Detrás de mí, junto al cabezal de la cama, está Serena Joy, estirada y preparada. Tiene las piernas abiertas, y entre estas me encuentro yo, con la cabeza apoyada en su vientre, la base de mi cráneo sobre su pubis, y sus muslos flanqueando mi cuerpo.
Tengo los brazos levantados; ella me sujeta las dos manos con las suyas. Se supone que esto significa que somos una misma carne y un mismo ser. Pero el verdadero sentido es que ella controla el proceso y el producto de éste, si es que existe alguno (…).
Tengo la falda roja levantada, pero sólo hasta la cintura. Debajo de ésta, el Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo (…)”.

    En esta obra, donde el antes llamado Estados Unidos de América sucumbió a una guerra, la cual todavía mantiene, la mayoría de las mujeres se ha vuelto infértil producto de las armas bioquímicas. Es un mundo que ha vuelto al pasado, pese a que se da en el libro noticia de que otras zonas del mundo (como Japón) siguen el curso normal de las cosas y donde se considera a las mujeres una posesión, así como la fuente de la mayoría de los pecados carnales. Por lo tanto, El Cuento de la Criada se parece mucho más a lo que describe Nathaniel Hawthorne en La Letra Escarlata, que a la antiutopía orwelliana u otras, donde se hace evidente en la obra del Romanticismo estadounidense, la intolerancia religiosa del protestantismo de su país.
   En el libro también se hace mención a una serie de enfrentamientos contra la resistencia de otras religiones en la novela. Sólo una fe es la válida. En cambia se dice en la obra de Tomás Moro:

“(…) una de las más antiguas leyes utópicas dispone que nadie sea molestado a causa de sus creencias”.

    En esta obra, también existe un sistema de castas, pero en este caso más dirigido hacia las mujeres, si bien solo algunos hombres cuentan con el privilegio de poseer una mujer fértil.
    La novela no sólo plantea los temas de la antiutopía, sino que también el papel de la mujer y su rol en la sociedad.

Una conclusión.

    Tras leer la Utopía de Tomás Moro, está claro que el mundo que muestra es una idealización de lo mejor del ser humano, llevado a la práctica en una sociedad ideal. Una civilización como la Utopía es una quimera, puesto que su desarrollo en el planeta implica una predisposición y voluntades de hierro entre todos sus participantes, cosa difícilmente de llevar a la práctica. “El mal atrae a los hombres, como la miel a las abejas”, afirmó una vez el Premio Nobel de Literatura Sir William Golding. La predisposición a la maldad y la debilidad de nuestra especie es algo que llevamos en nosotros casi de forma hereditaria, tal como este autor demostró con su novela ambientada en la Prehistoria Los Herederos.
   Es necesario creer en ideales, en utopías que muevan al ser humano a sacar lo mejor de sí mismo, y luchar por un mundo más justo y noble; pero esta es una empresa particular y hacerla un contrato social, es muy difícil.
    Tomando en cuenta las ideas de arriba, y la propia experiencia de nuestra historia, es más fácil llegar a un mundo corrupto, donde la libertad se vea suprimida día a día, en beneficio de un reducido grupo de gente, que conseguir el Paraíso en la Tierra. Las distopías dan cuenta de ello, a manera de reflexión sobre los males sociales. El abuso de poder, la violencia, la intolerancia y otros males siempre han existido; si no llegamos a tomar conciencia de ellos, con mayor razón nunca podremos saber qué nos falta para superarnos y mejorar.
    La Utopía es una obra que habla sobre la felicidad, la consagración del espíritu humano como un todo, entre cada uno de los que conforman un pueblo. La Antiutopía es en cambio la obra que habla sobre la pérdida de la felicidad, o de la merma de su sentido más sublime (en las distintas obras vistas, se ve que los personajes creen ser felices en medio de su miseria o se evaden de sus preocupaciones por medio de numerosos actos escapistas que en vez de darles verdadera dicha, les otorgan un placer momentáneo y perecedero solamente). Si de esto trata la novela antiutópica, entonces estamos frente a una literatura profundamente moralista, que no desea otra cosa que criticar los vicios sociales y promover la reflexión suficiente para provocar el cambio positivo.
    Cada uno de los totalitarismos vistos en las cinco obras analizadas aquí, fue producido por una crisis social de algún tipo (por lo general una guerra). Si la opinión pública y los poderes del estado son capaces de llegar al error de considerar que el mejor remedio para sanar la enfermedad es recurrir a la fuerza y la opresión, entonces significa esto que sin un desarrollo de la espiritualidad es imposible que una sociedad logre en realidad la estabilidad y el bien común que busca (pues al final la mayoría sale perdiendo). De este modo la antiutopía menosprecia la herencia cultural del pasado, la tradición, la realización personal, la individualidad, el arte, la risa sincera: en fin, todo lo que en la isla de Utopía se encuentra en abundancia.
   Las distopías no permiten el desarrollo individual y censuran todo tipo de visión diferente a la de su dogmatismo. Pero a larga siempre hay resistencia, tal como sucede con los protagonistas de estas obras, puesto que nuestra naturaleza implica la diversidad y la lucha por la libertad. Los finales no siempre son buenos como en Fahrenheit 451, donde todavía hay esperanza gracias al espíritu emprendedor de quienes conservan en su memoria el legado de sus antepasados, pero al menos nunca habrá un respiro para los opresores.
    Si la Utopía muestra lo que a la mayoría le gustaría vivir, las antiutopías hieren los sentidos con sus atrocidades para que digamos “No quiero esto” y hagamos lo posible por evitarlo.
   Todo es al final la búsqueda de la felicidad, no importa el escenario que sea y el hombre hará lo que está a su disposición para conseguir lo que considera lo acerca más a su objetivo.

Frankenstein a los Ojos del Siglo XX (parte 2).


Una de las mejores portadas que pillé.

El Frankenstein que habita dentro de nosotros mismos.  

     Brian Aldiss (nacido en 1925 y aún vivo), autor británico inmensamente galardonado por numerosas novelas y cuentos, escribió su libro Frankenstein Desencadenado en 1973 para expresar su gran admiración hacia la obra de Mary Shelley.
     La novela en sí misma es una serie de guiños literarios que hacen estrecha e implícita relación a Frankenstein, ya sea en cuanto a que ocupa a los mismos personajes del libro original, como a los personajes “reales” de la famosa reunión de Villa Diodati. El homenaje parte ya con el propio nombre de la versión de Aldiss: Frankenstein Desencadenado. Si para Mary Shelley Frankenstein es el Prometeo moderno, para Aldiss, una vez los acontecimientos de su novela desencadenan en catastróficas consecuencias, Frankenstein al existir realmente a la par que Mary Shelley y el protagonista de la novela, se encuentra liberado de sus ataduras para practicar sus monstruosos experimentos (incluso Aldiss hace que Frankenstein llegue a crear a la novia del Monstruo y después esté dispuesto a producir nuevas aberraciones).
    El libro es la historia de Joseph Bodenland, un acomodado e instruido diplomático del año 2020, quien producto de una ruptura del espacio/tiempo, provocada por las bombas atómicas usadas en su época, es catapultado al siglo XIX. Allí Bodenland se encuentra con que Frankenstein y su creación sí existieron realmente o que al menos en una realidad alterna cohabitan con Mary Shelley, Lord Byron, Polidori y Percy Shelley. Bodenland se ve involucrado en los sucesos de los que se hacen mención en la novela que él por supuestamente conoce, así como inicia un breve romance con Mary Shelley.
    Dentro del homenaje que le hace Aldiss a Frankenstein, está la forma de cómo se presenta la narración: acá por medio del formato epistolar, que en un principio es una carta propiamente tal, para luego entregarse por medio de grabaciones hechas por Bodenland. Este formato entrega además el mismo aspecto de “confesión” de los protagonistas de las novelas románticas, puesto que además usa un lenguaje afectado y lleno de carga emocional, se expresa, tal como cualquier personaje romántico. Para muestra las siguientes citas:

“Me estremecí de nuevo. ¡En aquel tribunal de justicia, sólo yo y otra persona conocíamos la verdad, sabíamos que la mano que había ultimado a William no era una mano de mujer ni tampoco de hombre, sino la mano de una cosa terrible y neutra!”

    En el texto anterior el uso exagerado de los signos de exclamación, más la expresión “cosa terrible y neutra” que aborda implícitamente a la figura del Monstruo, sin referirse a él con una descripción más propia de un autor contemporáneo como lo es Aldiss, ejemplifica la idea del lenguaje arcaico de la época de Mary Shelley.
    Sin embargo en otros momentos de la narración, por ejemplo cuando el narrador protagonista describa el laboratorio y los experimentos de Frankenstein, será mucho más explícito en referirse a los horrores del doctor. Ocupa el lenguaje científico y la descripción propias de un narrador contemporáneo, de educación científica contemporánea, característica tan propia de la ciencia ficción actual.
    También:

“¡Cuánto tiempo he tenido para meditar en lo que ocurrió entre nosotros! Callaré mis sentimientos, pues muy poco pueden significar para ti ahora; pero te aseguro que la flor que una mañana se abrió fugazmente entre nosotros nunca perecerá, aunque aún resten muchas mañanas”.

    He aquí en el texto la presencia del tema sentimental y amoroso, el que se expresa cargado de metáforas, para referirse a la relación que en la novela surge entre Bodenland y Mary Shelley. Los personajes históricos y literarios (“préstamos literarios” pueden llamarse, por cuantos son sacados de otra obra escrita con anterioridad) de la novela también se expresan como personajes propiamente románticos, siendo los personajes de Frankenstein y la Criatura, calcados al molde original:

“Para mí, estrangular no es ningún placer. Tengo mis creencias religiosas, a diferencia de vosotros, extraños inventores, que os olvidáis de vuestro Hacedor, ¡aunque habéis bebido vuestra ciencia en el Espíritu mismo! Además, Bodenland me expresó cierta gratitud… ¡el único hombre hasta ahora!”

    Son palabras de la Criatura, quien sigue manteniendo los rasgos cuasi mesiánicos y la elocuencia heredados de su padre. La expresión metafísica de Espíritu, así con mayúscula, es un término de la llamada Filosofía Natural de los antiguos y que la Criatura de la novela de Aldiss usa como personaje sacado del contexto romántico.
    Y de Frankenstein:

“Yo transmitiré a la humanidad el secreto de la vida. Los hombres harán con él lo que les plazca. Si el argumento de usted prevaleciera, si hubiese prevalecido, la humanidad viviría aún en la ignorancia más primitiva, atemorizada por todo lo nuevo en chozas de pieles”.

    He aquí que en estas palabras, el Frankenstein de Aldiss sigue justificando sus acciones, dándose el derecho como representante de los hombres, para sus experimentos. Sin embargo como luego afirmará el propio Bodenland: “El hombre inventa, pero no domina lo que inventa”.
    Siguiendo el tema anterior sobre la responsabilidad de Frankenstein en sus actos, los que nunca es capaz de asumir totalmente como una culpa suya que debe ser purgada (y que en la novela de Aldiss tiene mayor dramatismo, por cuanto el científico se empecina más aún en crear una nueva raza, sobrepasando de este modo a la narración de Mary Shelley), la novela de Brain Aldiss otorga tanto a Frankenstein como a la Criatura, toda una carga negativa. La novela misma hace constantes observaciones sobre las obsesiones científicas, estableciendo los paralelos entro el mítico personaje y la búsqueda de conocimiento. Existe un dilema entre los objetivos y actos de la ciencia, su idealismo y lo que son capaces de llegar a hacer los científicos para conseguir el dominio de la naturaleza, para obtener el preciado conocimiento. En uno de los mejores momentos del libro, Bodenland dialoga con Byron y Shelley sobre las responsabilidades científicas. Pero también de la boca de Shelley, un poeta que en su época ensalzó las virtudes del conocimiento racional, se entrega además un panegírico a estas empresas. De este modo se confrontan ambas visiones sobre la ciencia. No obstante, hay que recordar que alguien como Shelley no conoció la devastación que trajo la Revolución Industrial, ni la destrucción de las armas masivas, químicas y bacteriológicas que se desarrollaron con las guerras, las bombas nucleares de Horishima y Nagasaki y los efectos que distorsionaron el espacio-tiempo en la realidad de Bodenland. Por esto Shelley se muestra en el libro como alguien que aún tiene fe en el progreso humano:

“-¡No son las intenciones de DIOS! ¡Las intenciones del HOMBRE! Siempre y cuando las intenciones del hombre sean buenas…Es el Hombre quién ha de reparar los errores de la Naturaleza, ¿sabes?, y no a la inversa. Todos somos responsables por este mundo fabuloso en el que hemos nacido. Ya veo el día en que la raza humana gobernará como debe gobernar, como jardineros benévolos, con un gran jardín a su cuidado (…).
-¡La naturaleza del hombre CAMBIARÁ en virtud de los cambios que el mismo ya ha puesto en marcha! (…); avanzamos ahora hacia una nueva época, un reinado de la ciencia, donde la bondad no será avasallada por la desesperación. ¡Todos tendrán voz y todos se harán oír!”.

    A estas optimistas palabras contesta Byron:

“¿Crees que las máquinas acaben con la opresión? (…). El problema es saber si las maquinarias fortalecen lo bueno o lo malo en la naturaleza del hombre. Por el momento, las pruebas no son muy alentadoras, y es posible que nuevos conocimientos puedan llevar a nuevas formas de opresión”.

    Tras este intercambio de ideas y pareceres entre ambos personajes, ¿quién está más cerca de la verdad? Si ambos planteamientos se contrastan con la trama de la novela y la serie de devastaciones provocadas por el avance científico claramente manipulado por la falta de escrúpulos de algunos que, por ejemplo, no dudan en botar sus desechos tóxicos al ambiente, es Byron quien tiene la razón. Parafraseando al Byron literario, Frankenstein crea en su monstruo a una nueva forma de opresión, a una nueva raza que podría esclavizar a los humanos; por esta misma razón Bodenland se ve obligado a destruir a la Criatura, a su prometida y a todo vestigio de la ciencia de Frankenstein en salvaguarda de la humanidad. Así, Víctor Frankenstein creó a la Criatura con las mejores intenciones, tal como durante el siglo pasado se investigó con el átomo para sacar la mayor cantidad de provechos científicos; pero ello no impidió las desgracias que, en el caso de la obra de Mary Shelley, provocaron la muerte de inocentes, y en el caso de la investigación atómica produjo desastres como Chernobyl.
    Si la Criatura es algo que debe eliminarse, al menos como lo plantea Aldiss en su novela, entonces este ser no es completamente el personaje capaz de provocar compasión, de ser tierno como el de la obra original. Brian Aldiss lo muestra como a un ente maligno y peligroso al que hay que destruir. De algún modo la Criatura de la novela de Aldiss es lo que los robots malignos de las obras de ciencia ficción de principios del siglo XX: sofisticados seres creados por la ciencia que destruyen a su creador. En todo caso, la Criatura de Frankenstein se constituye en el modelo de todas estas monstruosidades tecnológicas.

Conclusiones.

Afiche de la gran película que hizo
Roger Corman (la última que dirigió),
adaptando el libro en 1990. 

    Tras releer y analizar unos cuantos aspectos entre la novela de Mary Shelley y la obra de Brian Aldiss, contrastando ambas obras, se pueden identificar los siguientes elementos comunes:

1° Frankenstein es un personaje que posee connotaciones negativas, si bien no se le puede considerar como a alguien que encarna el mal, sí representa la soberbia humana, por cuanto sus experimentos van más allá de la moral de su sociedad y traen devastadoras consecuencias tanto para él, como para los suyos. Esta actitud no queda impune y al final tanto su vida como su obra son destruidas.

2º La Criatura es un ser física e intelectualmente privilegiado, el cual por sus pasiones es también arrastrado hacia la ignominia y un final desastroso. Es un ser monstruoso pero con cualidades espirituales humanas, al que se le niega su humanidad, convirtiéndose en un paria y por ello, transformándose en un verdugo de la misma sociedad del cual es el resultado de su ceguera moral. Esto último, puesto que en un mundo donde la ciencia no cometiera errores como el de Víctor Frankenstein, no sería posible una creación como la suya.

3º La Criatura de Frankenstein no es un ser maligno en sí mismo, es decir, su naturaleza no es el mal; sin embargo su propio nacimiento “innatural” representa el peligro y la muerte para la humanidad, por cuanto muestra cómo el conocimiento puede transformarse en desastre.

4º La novela de Mary Shelley es una obra profundamente moralista, de la cual la obra de Brian Aldiss recoge no sólo la trama central y sus personajes, sino que también el hondo sentido de crítica y espiritualidad.

5º El Frankenstein de Mary Shelley es una obra institucional, por cuanto instauró, entre otras cosas en la literatura el tópico del científico loco y creó además un, para entonces, nuevo género literario (o subgénero): la Ciencia Ficción, de la que Frankenstein Desencadenado es uno de sus herederos.

    Tras considerar los anteriores puntos, la siguiente cita de la novela de Brian Aldiss resume muy bien lo que significa la clásica novela de Frankenstein:

“Sea lo que fuere lo que las generaciones pretéritas vieran en él, el Frankenstein de Mary Shelley era considerado en el siglo XXI como la primera novela de la Revolución Científica y, también, por qué no, la primera novela de ciencia ficción. Había conservado un interés permanente durante dos siglos por la sencilla razón de que Frankenstein era el arquetipo del hombre de ciencia cuya búsqueda, emprendida en nombre de una causa sacrosanta, el progreso del saber, cobra vida y causa desdichas sin cuento antes de que pueda dominarla”.

Revisitando Salem´s Lot.

Nota: Este texto, como muchos otros publicados en mi blog, corresponden a trabajos que ya había publicado en la revista virtual Insomnia. Era el año 2005 y como muchos fanáticos de King, esperaba ansiosamente las tres últimas novelas de su saga de La Torre Oscura.  Tal como detallo en la introducción de este artículo, dicha expectación fue la que me llevó a leer por segunda vez esta gran novela, de modo de ponerme al día con uno de sus inolvidables personajes.


    Dos son las grandes razones que me impulsaron a leer esta gran novela por segunda vez, luego de más de diez años desde que me la compré con mucha alegría, cuando aún era un adolescente y al parecer era el único chico “raro” que leía a tan temprana edad este tipo de texto (un placer culpable que aumentaba con cada nuevo libro). Por un lado está el hecho de que ahora que estoy por bordear los treinta y soy un profesional cuya área es específicamente la literatura.
     Por el otro, me he dado cuenta de que tengo un montón de obras de King en mi biblioteca que he leído y disfrutado tan sólo una vez (a diferencia de sus películas y miniseries que me las he repetido bastantes veces).

1. En el principio.

    Cuando leí aquella vez este libro considerado por la prestigiosa revista especializada en el género del terror Fangoria, dentro de la lista de las 10 mejores novelas sobre vampiros, hace poco nomás que había visto por fin (y esta vez sin el miedo numinoso que me provocaban los monstruos cuando era niño) en la tele la miniserie de Tobe Hooper que en mi país se conoció como La Hora del Vampiro; gocé un montón el libro, dándome cuenta de lo alejada que estaba en muchos aspectos la versión que hizo alguien como Hooper…pero cuando se es joven y no se ha recibido la instrucción adecuada que da la universidad y la vida misma, la lectura es tan sólo un ejercicio de entretenimiento y se velan a los ojos otros aspectos que un adulto culto bien puede apreciar y disfrutar. Por ende, una relectura de la novela me abriría las puertas a múltiples paisajes de la calidad literaria de Salem’s Lot, luego de haberme transformado además en un pequeño “experto” de la obra de Stephen King. Habían otros de sus libros que también esperaban volver a ser leídos y también analizados con una mayor profundidad, pero el hecho de que empezara con éste y no con otro, justamente está ligado al segundo motivo.
    Cada día que pasaba, el camino de Rolando de Gilead y su grupo de pistoleros hacia la Torre Oscura estaba más cercano hacia el final y entonces fue que me enteré que el padre Callahan se les unió. Sobre este genial personaje de la segunda novela de King nada se sabía desde que se fue maldecido, escapando del pueblito desolado por los vampiros. Cualquier otro autor no lo habría ocupado más en sus siguientes textos, pero Stephen King con su magna saga de La Torre Oscura, en la que desembocan muchos de los sucesos y personajes de sus otros trabajos, tuvo la idea de incorporarlo y darle especial protagonismo luego de treinta años de darnos a conocer a este apesadumbrado sacerdote.
   “¿Cómo era el Padre Callahan realmente?”, me preguntaba. “¿Qué relación habrá entre la única novela de Stephen King sobre vampiros y La Torre Oscura?”, quería saber. Así fue cómo tomé de mi biblioteca primero esta novela y me la devoré en poco más que una semana.
    Bueno, existe además una tercera razón para releer primero Salem´s Lot en vez de otros de sus libros: la nueva versión en miniserie de dicha obra, que tan sólo hace poco se estrenó en USA y que con tan grandes actores en sus filas, prometía un producto mucho mejor que la setentera adaptación televisiva, que si bien es digna y efectiva para la época, me parece está muy alejada de lo que King realmente quiso mostrar en su obra. Así que antes de ver este remake, quería leer el original.
   Si tal vez he dado la lata contando algo tan personal como lo anterior, me disculpo, pero igualmente creo que más de algún lector se sentirá identificado con estas ideas y experiencias mías, pues muchos comenzamos a leer a King a tan temprana edad. ¿O no?

Y ahora…directo al libro.

2. La novela y su encanto.

    Como mi intención a la hora de escribir este artículo no es la de contar de qué trata el libro en cuestión, sino qué comentarlo y analizarlo dentro de lo posible, me extenderé tan sólo unas pocas líneas en narrar su argumento central. Salem’s Lot es uno de esos típicos pueblitos de los Estados Unidos apartados de todo el mundo; un lugar ficticio de esos que tanto a King y a otros autores de dicha nación les gusta presentar a manera de reflejo de la particular forma de ser de sus conciudadanos En este pueblo existía una leyenda negra que giraba en torno a la abandonada casa de los Marsten, donde décadas atrás habían ocurrido horribles hechos de sangre. Cuando llega un misterioso hombre a vivir a ella, supuestamente con la idea de poner una tienda de antigüedades, el horror comienza a expandirse por el lugar, primero con la desaparición de un niño (realmente un rapto y una inmolación de este infante) y luego con la infección provocada por los vampiros. En realidad el extraño hombre llamado Straker es el sirviente vivo (porque de humano realmente sólo tiene la apariencia) de un antiquísimo vampiro, cuyo origen se pierde en el origen de los tiempos. Pero un grupo de individuos, liderados por el protagonista, Ben Mears, un atormentado escritor, se opondrán a los designios del mal.
    La verdad es que la narración es bastante compleja, pero la novela ya es bastante conocida y en el especial de esta revista bastante se habló sobre ella. De modo que me detendré en otros aspectos del libro que supongo no han sido explotados o vistos con anterioridad en estas páginas.
    En primer lugar me interesa declarar que la literatura de terror es en muchos casos una manifestación profundamente religiosa, en la que al tratarse la eterna lucha entre el Bien y el Mal (bastante identificables bajo personajes claramente delineados), se está proyectando todo un dilema moral de por medio. Es sabido por muchos que Salem’s Lot es el homenaje de King a la famosa novela de Bram Stoker Drácula, libro en el que la satánica figura del Conde se opone a la religiosidad de los héroes de esta obra. Bueno, en el caso de Salem’s Lot Stephen King nos presenta una de sus obras más teológicas (aparte de The Stand, claro) al mostrar cómo la fe en Dios y el amor son los únicos medios para derrotar la corrupción y la falta de valores que se hayan bajo la imagen de Barlow y sus vampiros. A diferencia de otros autores que han tratado el tema de los chupasangres y que les han quitado su connotación religiosa de parias y apostatas rendidos frente a la seducción del mal, Stephen King sigue los parámetros tradicionales estipulados por la obra victoriana de Stoker. Es más, hay numerosas partes del libro de King donde la reflexión religiosa y las connotaciones ligadas a este tema ocupan parte importante de la narración.
   El conflicto se agudiza bajo la figura de dos personajes: el Padre Callahan, buen hombre que si bien no duda de la fe en Dios, vive como un borracho que no quiere aceptar su problema de la bebida, producido en parte por sus propias dudas acerca de su papel como Ministro de Dios (en otras palabras, el Padre Callahan es un ser débil espiritualmente, defecto que aprovechará Barlow para derrotarlo). Por otro lado está Ben Mears, quien vive culpándose de la muerte de su esposa y que vuelve a su pueblo natal con la intención de redimirse. Es así como ambos sentimientos y ansias de expurgación se encauzarán hacia la lucha contra los vampiros, teniendo cada una un fruto diferente. El Padre Callahan saldrá derrotado porque si bien demuestra heroísmo al defender al niño Mark de las garras de Barlow, no es capaz de creer en sí mismo; mientras que Ben Mears una vez tocado por el amor de Susan, es impulsado para vengar el crimen de Barlow al haberla convertido a ésta en vampiro y terminar con el reinado del mal que se estaba apoderando del pueblo.
    Barlow sabe que su propia maldad no es suficiente para derrotar a lo que le llama “La Luz”, pero como buen demonio entiende que lo mejor que tiene a su disposición es la astucia para engañar, mentir y horadar en las heridas abiertas de los corazones de sus contrincantes. Eso es lo que hace con el Padre Callahan, de quien se ríe por su falta de autoestima y con Mark, al que deja huérfano frente a sus propias narices. Resulta realmente inolvidable el pasaje en el libro cuando es leída la carta que deja Barlow para sus “invitados” en la Casa Marsten; dónde habla acerca de quién es realmente y deja sus intenciones para cada uno de sus perseguidores. Los detalles son exquisitos y sólo alguien como Stephen King logra darle tanto realismo “morbosamente humano” al mal y sus oscuros designios. En cierto sentido, este momento del libro, me recuerda a la “despedida” que hace el derrotado demonio Leland Gaunt en Needful Things, luego de que es echado de una ya devastada Castle Rock por el sheriff Alan Pangborn (momento en el que Leland le dice a su enemigo que su futuro hijo sabrá de él).
    El otro gran tema de la literatura de terror es la culpa, luego la soberbia. Ya lo he dicho, hay harto de culpa en este libro, mientras que la soberbia aquí está dedicada a Barlow, quién se burla de Dios y de su representante que es obviamente Callahan…pero como en el Antiguo Testamento es castigado y su ruina es la muerte, la desaparición total de toda voluntad y deseo de permanencia por toda la Eternidad.
    Hay otros momentos realmente inolvidable en el libro: su Prólogo y Epílogo tan cargados ambos de dolorosa melancolía y en los que se ve cómo los héroes están solos una vez que han asumido sus destinos. El primer encuentro de Mark con los vampiros, bajo la imagen de su antiguo amigo ya convertido en un Hijo de la Noche y la propia revelación acerca de la amenaza sobrenatural que se cierne sobre Salem’s Lot que tiene el viejo profesor Matt al enfrentarse a su otrora ex alumno ya vampirizado. La ya citada batalla “espiritual” entre Callahan y Barlow. La pelea entre Mark y Straker. El episodio en la morgue, etc. Todos estos momentos hacen de esta novela un ejercicio de lectura que promete no sólo placer y sustos, sino que también el descubrimiento de un libro que se convertirá en el recuerdo de algo digno de recomendar a todo aquél que en verdad gusta no sólo de la buena literatura de terror, sino que de la literatura de calidad en general. La forma de cómo está narrado, sus personajes y situaciones, lo hacen merecedor de todos los elogios posibles.
    En cuanto al pueblo mismo éste es un personaje más de la novela. Hay varios momentos en la narración en los que King habla sobre él como si fuera algo vivo, una conciencia colectiva latente que poco a poco es consumida por el mal que traen los vampiros. Se alternan los datos de corte anecdótico y cotidiano de sus habitantes, con la paulatina intervención del mal en sus vidas; realmente es genial vivir como lector-testigo este proceso de desmoronamiento del tejido social norteamericano tan frágil, pese a su supuesta superioridad como “pueblo civilizado”. A mi parecer aquí King proyecta con su especial pluma literaria la manera de cómo una sociedad va perdiendo su encanto, su pureza frente a un mal que muy bien puede manifestarse bajo la forma de los vampiros, demonios tentadores o la guerra, la droga y el consumismo como muy bien se verá mejor en una faceta mucho más realista en su libro Corazones en la Atlántida.

3. Los personajes.

    Al ser la segunda novela publicada de su autor, Salem’s Lot se podría considerar como la obra que sentó varios de los precedentes de la obra en general de King, ya sea en su estilo y temáticas particulares, como especialmente en los personajes que creó en ella, los que comparten ciertas características con otros de sus otros libros.
    Por un lado tenemos a su protagonista, Bean Mears, el escritor. Él es el artista, el individuo que no ha olvidado su pasado, por mucho que le atormente y que como creador, mantiene dentro de sí la cualidad empática suficiente como para estar predispuesto a enfrentarse a los terrores de la niñez materializados. En contraposición a él y a sus similares, están los otros adultos más racionales e idiotizados por la vida contemporánea. Es así como las víctimas más fáciles para los monstruos siempre serán los graves, aquellos que viven bajo los paradigmas de una mente ajena a los ritos ancestrales, la religión, el folclor y lo místico; los que no se pueden adaptar a la novedad de lo fortuito. Por esta misma razón, Mears es capaz de enfrentarse a Barlow y el resto de los vampiros, sin perder la cordura.
    Otro personaje característico en Stephen King es el del niño, quien acá está representado por Mark. Como niño, al igual que el Club de los Perdedores de IT, éste sigue creyendo con firmeza en las manifestaciones sobrenaturales del mal. Mark es un chico valiente, que madura con rapidez luego de la horrible muerte de su familia y se convierte en el hijo putativo de otro niño ya adulto, Ben. Es el héroe con el que todo niño se identificaría, pues se enfrenta a sus terrores infantiles y lleva una vida de aventuras asombrosas por muy macabra que sean su circunstancia.
    Matt es el anciano sabio, el mentor de la tribu que por un momento forman los protagonistas durante la catástrofe. Su vitalidad pese a la edad y a sus achaques se mezclan con su inteligencia y tenacidad, por eso una vez que tiene la certeza del verdadero origen de poder que se cierne sobre sus vidas, no vacila en investigar acerca de los mitos relacionados a los vampiros. De este modo no pierde validez frente al resto de los creyentes, al sobrepasar lo racional de su mundo de intelectualidad para cruzar el umbral de lo sobrenatural.
   El padre Callahan es un personaje muy especial, a quién ya me referí con anterioridad; quizás su símil más cercano dentro del resto de obra de King sea la madre Abigail. Ambos son los representantes de Dios en la Tierra, y por ende, su misión es tanto la de mantener la fe, proteger paternalmente al resto de los creyentes, como la de oponerse a Satán o a cualquiera de sus manifestaciones. Sin embargo, su debilidad será su ruina y tan sólo una vez ya en el mundo de Rolando tendrá la oportunidad de redimirse y ser lo que en verdad es: un representante de la Luz.
   Los antiguos habitantes de Salem’s Lot vampirizados son sólo peones en la lucha entre el Bien y el Mal, a los que Barlow usa a su antojo con el fin de conseguir más poder. Ellos son la imagen de la deshumanización y pérdida de la inocencia, de todo lo bueno que significa ser persona; sólo las pasiones más bajas se mantienen en lo que otrora fue una criatura de Dios, donde antes había un alma. No son el Mal en sí, son sus víctimas.
   El vampirismo es visto en esta novela, al igual que en otras que tratan el tema, como un flagelo que pende sobre las cabezas de los individuos, algo de sumo poder que llega inesperadamente a una comunidad y que poco a poco comienza a echar raíces hasta contaminar a la gente; por esta misma razón lo comparé con el tema de la droga, la guerra, como también podría ser el alcoholismo o la violencia. Si bien Barlow es acá el reflejo de todo lo malo y oscuro que se esconde en el alma humana, es también el Tentador, la serpiente en el Edén de la vida pueblerina alejada de la bulla de la ciudad y al que hay que derrotar. Pero Barlow no es un ser encantador, ni seduce de forma tan sutil como Lucifer, pero sí igual que éste su oferta es la de la vida eterna y de domino sobre nuestros semejantes; este es el pecado y la tentación de Straker, quien ha renegado de su condición humana a favor de la satisfacción de su placeres. Debido a lo anterior, tenemos tres expresiones del mal: las víctimas inocentes que pierden su libertad frente a las garras de la maldad una vez que se encuentran en sus redes, la tentación misma de la Oscuridad y el individuo que por su propia voluntad ha aceptado servir al mal.

4. Conclusiones.

    La obra que acabo de analizar es lo suficientemente compleja como para dedicar páginas y páginas a ella, pues tiene tantos temas a su haber, que se la puede abordar desde numerosos ángulos. Yo le he querido dar un sentido distinto a mi trabajo, en contraposición a los textos tan geniales que en anterioridad salieron publicados en esta revista en el especial dedicado a Salem’s Lot.
   Comparto la opinión con otros de que es una de las mejores obras de King, la que a su vez se complementa con los cuentos que abordan el antes y el después de los eventos ocurridos en esta historia. El año pasado salió una versión definitiva de la novela, la que incluye más de 50 páginas que en su momento King se vio obligado a autocensurarse para poder publicarlo, así como los cuentos ya mencionados. Sería espectacular una edición en español de esta nueva versión, habrá que esperar no más que la buena voluntad de las editoriales de habla hispana se decidan a comprar los derechos.
   Aparte de las dos miniseries basadas en el libro, se encuentran los tres últimos tomos de la saga de Rolando que tienen al Padre Callahan como importante personaje…de modo que le libro no pierde su vigencia, ni carece de elementos para comparar y apoyar su lectura con complementos.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...